Hay cosas que se deben decir dos veces:
El antipoema de la muerte
A
Félix, esta vez.
Y ahí estaba
tu cuerpo
ante mis ojos
secos, sin lágrimas.
Tu cuerpo
frágil de niño tímido
y erudito
doctor,
de atormentado
amante
y mucho mejor
poeta.
Ahí estaba tu
cuerpo
en el que se
habían cebado
la idiotez y
la barbarie.
Y tu sangre toda
esparcida ahora
por todos los
rincones de mi furia.
Ahora está allá
la ceniza, el polvo
que de tu cuerpo
queda
en las manos que no
atinan
a secarle a esos ojos
esas lágrimas.
Aquí quedamos
desolados
los amigos.
Aquí guardamos en
silencio
nuestra rabia.
Aquí nos queda
el sinsentido de tu muerte.
Gracias Ernesto, las lágrimas no cesan, las cenizas están entre la tierra que lo vió nacer y el cielo que lo guarda en sus misterios que nadie aún ha desvelado y entre ustedes y su madre y su padre y sus hermanos. Nadie olvidará jamás este ser tan especial y hermoso al que le di vida y fué un regalo para el mundo.
ReplyDeleteGracias nuevamente.
Su mamá
Gracias, Lidia, por darnos a Félix.
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