Hay cosas que se deben decir dos veces:
El antipoema de la muerte
A
Félix, esta vez.
Y ahí estaba
tu cuerpo
ante mis ojos
secos, sin lágrimas.
Tu cuerpo
frágil de niño tímido
y erudito
doctor,
de atormentado
amante
y mucho mejor
poeta.
Ahí estaba tu
cuerpo
en el que se
habían cebado
la idiotez y
la barbarie.
Y tu sangre toda
esparcida ahora
por todos los
rincones de mi furia.
Ahora está allá
la ceniza, el polvo
que de tu cuerpo
queda
en las manos que no
atinan
a secarle a esos ojos
esas lágrimas.
Aquí quedamos
desolados
los amigos.
Aquí guardamos en
silencio
nuestra rabia.
Aquí nos queda
el sinsentido de tu muerte.